
Al fin hemos visto la película, en dos partes, que un grande hace sobre otro grande:
Living in the Material World, la vida de
George Harrison según su fan Martin Scorsese. Bien, vaya por delante: cuánto nos alegramos por la memoria de George, un músico de enorme aportación a la música, pero a menudo tapado por la creatividad desbordante de John y Paul. El más joven y retraído de los Beatles se merecía una película para él solo, se merecía la gloria póstuma, volver a ser portada en revistas mundiales tan influyentes como
Newsweek, casi medio siglo después de que los Fab Four lo fueran en 1964.

Por otro lado, hemos seguido con interés la carrera del
gran director que es Scorsese, que ya había demostrado su sensibilidad hacia el mundo de la música con un gran documental sobre Bob Dylan (
No direction home, de 2005) y una filmación de un concierto de los Rolling Stones (
Shine a light, de 2008). Para el año que viene se espera de él
una película sobre Frank Sinatra. Así que grande del cine y gran melómano. Pero la película sobre George... ¡ay! Se deja ver y es interesante. Pero... no me aclara nada del enigmático personaje que es Harrison, confirmado como el Beatle con más inquietudes espirituales, pero al que nunca llegas a entender del todo.
Las tres horas del filme no aportan nada demasiado novedoso al que haya visto, por ejemplo, el macrodocumental
Anthology, al que a ratos se parece demasiado. La misma fórmula: imágenes en blanco y negro de la beatlemanía, fragmentos de entrevistas con los cuatro hechas en las últimas décadas, y la viuda, en este caso Olivia, cuidando la imagen del desaparecido. Un relato amable,sin claroscuros. "Hasta esas estudiadas declaraciones dejan claro que no fue un hombre
fácil ni fiel, no ya a la vida en pareja, sino ni tan siquiera a la
estética, la religiosidad o el gusto musical. Cuanto más sabemos de Harrison, menos sabemos de Harrison",
escribió David Trueba sobre la película en
El País.
Pese a su extensión, el documental va a ritmo acelerado y pasa rápido por algunos capítulos de su vida. Lo mejor es lo que dice el propio Harrison, a menudo desconcertante, y lo que cuenta su amigo Eric Clapton.