Ocurría a menudo que, cuando otros trataban de seguir a los Beatles,
estos ya estaban en otra cosa. En 1968 desconciertan a los recién
llegados a la psicodelia: se quitan los disfraces de la banda del
Sargento Pimienta y dejan de arroparse por orquestas, sitares y efectos
sonoros. Se proponen ser solo una banda de rock & roll. Reaparecen
con el álbum blanco (titulado simplemente The Beatles, sin ninguna
imagen en portada, en contraste con el barroquismo de Sgt. Pepper's),
toda una declaración de intenciones. Una treintena de bellas canciones
casi desnudas, que se trajeron del viaje a India, pero ya no suenan
exóticas.
The Beatles se pasan al sonido más crudo que dominaría la década
siguiente, los 70, en la que planeaban volver a tocar en directo. La
tecnología había mejorado y el público ya no sería una masa histérica de
fans, así que parecía una buena idea. Pero la banda está en
descomposición. Hasta entonces el motor del grupo había sido la
rivalidad entre Paul y John, cada uno queriendo superar al otro, tensión
bien manejada por su manager Brian Epstein. Desde la muerte de
este, es Paul McCartney el que toma las riendas del grupo y de su brazo
empresarial. Lennon sigue aportando grandísimas canciones pero está
cada vez menos implicado con la banda. Harrison está explotando como
gran compositor y se rebela contra su rol de segundón. Hasta Ringo, en
un berrinche, se ausenta de las sesiones del álbum blanco durante
algunos días. (Lee aquí el artículo completo en El País).
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