Tiene tal cancionero a su alcance Paul McCartney que puede permitirse el lujo de prescindir de Get back, de Sgt Pepper's, de Penny Lane, de All my loving, de Drive my car, de Michelle. Porque aún así tiene material de sobra para llenar de temas inmortales las 2.40 horas de conciertazo como el que este 2 de junio de 2016 -fecha para recordar- vivimos en el Vicente Calderón. Imposible que quepa en ese lapso todo lo bueno que ha creado el más grande compositor vivo. Hubo mucho de los Beatles, en todos los registros, algo más de la mitad de las canciones. Y Paul se entrega: no para ni para beber agua, domina todos los estilos (más rockero o más baladista, sus dos caras), toca todos los instrumentos salvo la batería, es cercano al público ("Qué pasa, troncos", "Buen bolo", dice en aceptable español). El público del Calderón (¿volveremos a pisarlo?) también se entregaba, puedes comprobarlo en este castizo "oé-oé-oé" que Paul tuvo a bien seguir a la guitarra y subir a su canal de Youtube como gran recuerdo de la noche.
Fue una fiesta fabulosa. Solo cabe reprocharle -lo hacemos desde la admiración- algún momento con exceso de azúcar de esos que irritaban a John Lennon. Por ejemplo eso de sacar a dos novios a una pedida de mano en el escenario, truco que delata su cara más sentimentaloide y que ya utilizó en París. Pero pelillos a la mar: fue un conciertazo. A ver cómo digo esto: un concierto hoy de Paul es un espectáculo mucho más cuidado y completo (técnicamente) que los conciertos de apenas 50 minutos que ofrecían los Beatles en sus giras cuando ya eran un fenómeno. Aunque, es verdad, daríamos un riñón por vivir aquella experiencia histórica.
Acompañaremos esta crónica con vídeos del concierto de esos que aparecen en Youtube y desaparecen en cualquier momento, así que esperemos que duren lo suficiente para que los pinchéis. Este resumen de Efe es breve, recoee el principio y no parece de esos piratillas que luego borran.
Para vivir lo que podría ser un concierto de los Beatles, entonces, no hay nada como uno de Paul. Ninguno de sus colegas lo hizo como él. Durante su carrera en solitario, Lennon siempre evitó recurrir a sus éxitos con los Fab Four, y apenas metía una canción o dos (Come together o Yer Blues) firmada con sus compañeros, rebelde como era él hacia su propio mito; Harrison explotaba más su brillante aunque corto repertorio como compositor beatle; ambos nos dejaron hace demasiado tiempo. McCartney no tiene reparos en agarrarse a la beatlemanía, consciente como es de que su carrera en solitario tiene menos tirón, con algún momento brillante también, pero no moviliza a las masas igual. Nosotros ya habíamos disfrutado de una noche beatle con el gran Paul en 2004 (La Peineta, Madrid) y en 2010 (Hyde Park, Londres). Volvimos a envolvernos en su magia. A punto de cumplir los 74 (podía haber adaptado lo de When I'm 64) McCartney sigue en plena forma, arropado por una banda sólida. Y, como los Stones, sin necesidad de apoyarse en nuevas canciones (sí ha sacado un doble recopilatorio de su carrera en solitario), lo que le permite entregarse a la nostalgia sin disimulo. Sigue leyendo y te lo contamos todo.
Vayamos por partes. El inicio fue vibrante: el acorde inicial de A hard day's night nos puso a todos en pie, y seguimos en una línea animada: Save us (tema guitarrero del último disco, New), el clásico Cant by me love y un desgarrador blues de los Wings, Letting go. Entonces se coló una rareza: Temporary Secretary es una canción electrónica de 1980 con cuya recuperación Paul debe querer reivindicarse como creador de tendencias. Volvimos enseguida al guitarreo: dentro de esa senda, Let me roll it tiene un atractivo sabor a reggae; que se empalmó con una de las grandes sorpresas (para quien no haya leído nuestro post previo): una versión atronadora de Foxy Lady de Jimy Hendrix, a quien Paul rinde homenaje demostrando su propio dominio de la guitarra (cogió el bajo porque alguien tenía que hacerlo).
A partir de ahí, ay, un pequeño bajón debido al abuso de azúcar que decíamos antes. En poco rato sonaron dos piezas romanticonas dedicadas a las dos esposas de Macca: un demasiado cursi My Valentine dedicado a Nancy, que estaba presente, y Maybe I'm amazed para la fallecida Linda. En medio, el mismo tono sentimental para un tema mejor acogido, Here, there and everywhere.
Nos estaba dando bajón y para combatirlo Paul encadenó una traca de temas de los primeros Beatles: desde el In spite of all danger que fue su primera grabación cuando se llamaban The Quarrymen, al Love me do o And I love her. Y entonces la primera cumbre, uno de los momentos más mágicos: Paul solo en el escenario con su acústica para interpretar Blackbird.
Siguió el homenaje a John que escribió tras su muerte, Here Today, que no es gran cosa, pero la continuación fue muy emocionante: el público empezó a cantar Give Peace a Chance y Paul se sumó enseguida; desde nuestra posición en el gallinero del estadio no podemos asegurar que fuera espontáneo (lo que sería más bonito y quedaría mejor para la posteridad) o inducido desde el escenario, donde se proyectó enseguida el símbolo de la paz. Más tarde hubo otro momento muy Lennon: la interpretación de la psicodélica: Being for the benefict of Mr, Kite!, con gran despliegue visual para ese viaje alucinante. Y por supuesto hubo un momento Harrison igualmente emotivo: Paul empezó a cantar Something acompañado solo con el ukelele, y cuando entró toda la banda con esa guitarra que parecía de George se nos puso la piel de gallina.
Después de esa melancolía nos vinimos arriba otra vez. Primero con un momento muy bailable: Ob-La-Di, Ob-La-Da, canción a la que siempre hemos tenido manía por infantilona y que, sin embargo, funciona de maravilla en el estadio. Luego vibramos con Lady Madonna y Back in the USSR. Y de ahí al final se encandenaron los clásicos entre los clásicos: muy emocionantes Let it be (carne de gallina otra vez), Hey Jude (alucinante cómo todo el estadio cantaba el na-na-na-ná durante más de cuatro minutos, por muchas veces que lo vivamos seguimos flipando) y Yesterday (¿qué decir de Yesterday?). Entre esos superclásicos sonó lo mejor de lo mejor de Paul sin los Beatles: espectacular Live and let die con esos fuegos artificiales y de los que queman; temazo el Band on the run y muy marchoso el Hi hi hi de los bises, para los que no se hizo mucho de rogar.
Bises que acabaron, cómo no, con la colección de pequeñas piezas que pone fin a Abbey Road. Esto merece una explicación: aunque se editó antes que Let it be, Abbey Road se grabó después. Tras el caos que fue la grabación de Let it be, filmados a todas horas como en un Gran hermano, quisieron trabajar como siempre, en sus estudios de siempre, con el mimo y ciudado habitual y conscientes, o cuanto menos intuyendo, de que era el final. No se explica de otra forma esas estrofas enigmáticas de las últimas canciones, esos cuatro solos (tres guitarras y una batería) al final y ese The end que canta por última vez al amor y dejaron como epitafio. Paul insiste en acabar así sus conciertos, a pesar de que su repertorio incluye muchos otros finales que serían gloriosos. Porque sigue siendo un Beatle. Que lo sea mucho tiempo más.
Terminaremos repasando las críticas en la prensa. Escribe Javier López Rejas con ironía en El cultural: "Sin duda, la gira One on One
va directa al corazón. Sí, la expresión es tan cursi como nuestro
protagonista, que hasta se permitió oficiar de casamentero ante unos
músicos más que solventes (...) Pero a estas alturas
a McCartney, un tipo de 73 años con apariencia de tomarse el té de las
cinco sin despeinarse, se le perdona todo. Nos guste o no, lo fue todo y lo es todo. Su azucarado sentido y su empalagosa sensibilidad nos han endulzado la semana.".
En El País, Jesús Ruiz Mantilla lo ve así: "McCartney no se resigna a
la retirada y realizó toda una exhibición de músico total al
bajo, la guitarra eléctrica, las acústicas o el piano.
Habló de secretos para componer canciones eternas, se supo acompañar de la armónica al fondo en Love me do,
al tiempo que probaba con sus agudos sin que le temblara la voz a
medida que avanzaba la noche. Alternó en las dosis justas intimidad sin
renunciar a despliegues de espectacularidad".
Una crónica más alternativa y desde una óptica más convencional es la de Javier Zurro en El Español, que llevó al estadio a su madre: "Ahí estaba, era la niña que entonces no pudo ver a los Beatles y que se resarcía 51 años después". Observa este cronista: "McCartney emocionó a niños, padres y abuelos. Es cierto que su voz
se resiente y que no llega a los agudos, pero a nadie le importa cuando
lo que quedaba era sentimiento".
Y entonces, ¿nuestras impresiones al final de este nuestro tercer encuentro con Paul? Buen
sabor de boca, aunque quizás lo vivmos con más intensidad seis años
atrás en Londres, será que el ambiente de Hyde Park y el viaje a su
territorio le daba un encanto especial, además en esa gira estuvo más
rockero. En Madrid hubo de todo, guitarreo y melancolía, y ya hemos
dicho que con algún momento un poquito empalagoso. Quizás nos sobraron
algunos temas de su carrera en solitario o con los Wings, pero en
realidad no tenemos nada que reprochar: conocemos de sobra a Paul y
sabemos que muy a menudo se pasa de romántico, que no es alguien que
vaya de canalla. No ha habido baladista como él. Pero el Paul rockero es
mejor rockero que nadie. Repasamos su legendaria carrera con todas sus caras. A las figuras históricas hay que amarlas como
lo que son. También hay que amar sus defectos. Amamos a Paul.
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