miércoles, 9 de mayo de 2012
No vistan de santa a Janis Joplin
"No hubiera querido ser recordada como un ejemplo moral, una sacrificada a no se sabe muy bien qué Dios terrible". Lo ha escrito sobre Janis Joplin el muy citado Diego Manrique en su blog de El País. Una interesante reflexión sobre el abismo entre la chica y el mito. Porque el artista que muere joven, y deja un bonito cadáver como decía James Dean, se acaba convirtiendo en símbolo de cosas que a lo mejor no quería representar.
"En los setenta y los ochenta me encontré con demasiadas fans de Janis, todas pertenecientes a la variedad melodramática. Veneraban a la Janis sufridora, a la que consideraban una mártir del machismo del rock. Construían pequeños altares a la difunta, recitaban poemas entre suspiros", escribe Manrique. "La suya, la victimista, era una lectura posible pero me temo que reduccionista" (aquí su post, Santa Janis de las Desesperadas).
Cierto. Janis era un ciclón de talento y personalidad, pero no una sufridora. Más bien fue alguien que vivió a tope un tiempo "libérrimo", el de la explosión hippy en el San Francisco de los últimos 60. Y fue solo su personalísima forma de cantar, su descaro en el escenario, su abrumadora presencia, los que hicieron de ella una de las grandes figuras femeninas de la historia de la música.
Como otras figuras de esa década loca, de gran creatividad pero también de excesos un tanto inconscientes, Janis no cumplió los 28. Por eso se la encuadra, con Brian Jones, Jimmy Hendrix y Jim Morrison, en el 'club de los 27', los jóvenes mártires de la escena rock, todos desaparecidos en torno a 1970, cuando se proclamaba que el sueño ha terminado.
¿Mártir? Su muerte fue "un error, un desliz fatal", escribe Manrique. "Se hallaba sola en su habitación, sin la precaución de hacerse acompañar por alguien con suficiente experiencia para enfrentarse con una sobredosis". En esta tragedia no había "nada predestinado, ningún deseo de muerte”.
Janis tenía una voz y un estilo desgarradores. No hace falta convertirla en santa para que te emocione, por ejemplo, este glorioso Summertime. Nosotros seguiremos adorándola porque su voz rota nos pone la piel de gallina, y somos conscientes de que la suya tampoco fue una vida ejemplar. Su obra sí. Lo demás importa menos.
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