Sabéis que consideramos a Loquillo una de las figuras más destacadas del rock español, ese que en los años ochenta nos regaló himnos como Cadillac Solitario, pues no la hemos cantado veces. Con motivo de su nuevo libro (El hijo de nadie, Ediciones B), Loquillo ha dado una serie de entrevistas en la que reflexiona sobre el estado en que está la música. Mal, como toda la cultura, dice, dañada por la piratería, que acaba con el disco, por la destrucción "desde dentro" de la SGAE, que acaba con los derechos de autor, y ahora por la subida del IVA, que machaca al directo. Está en un momento maduro José María Sanz, el Loco, reconciliado con su alterego Sabino Méndez, autor de sus mejores temas en los 80 y con quien ha vuelto a grabar y actuar.
Loquillo es "absolutamente consciente" de que el rock ya no genera estrellas como las de su generación (él tiene 52 años) y las anteriores. Y analiza por qué: "El rock ya no transmite rabia. El único género que tiene hoy mala hostia es el hip-hop", dice el rockero catalán. La última banda que le pareció auténtica, de esas que los padres no quieren para sus hijos, fue Gun'n'Roses. Y el último gran solista le parece Bruce Springsteen. Lo compara con otros de su generación y concluye: "Bruce es todo fuerza. U2 son las fallas". Fuegos artificiales, le falta decir.
Aplaude a los Stones por continuar en activo medio siglo después de debutar, y cree que "marcarán el límite" de la longevidad en activo. Presume de haberlos teloneado, y también a los Who. Y opina sin dudas que "Jagger es el más grande", aunque reconoce su admiración, también, hacia Paul McCartney, de quien elogia su profesionalidad. Y aclara, o lamenta: "Yo no conocí a Elvis". Están claras sus referencias.
Al pasar revista a lo que ha venido después de él, lamenta que las bandas de rock indie fueran arrolladas por el fenómeno Operación triunfo, ya
sabéis, esa fórmula lucrativa según la cual no hace falta crear canciones, basta con interpretarlas en
insulsos reality shows. Cree que, de todas formas, el rock ha apostado por letras poco conflictivas, cuando "no debería ser ajeno a lo que está pasando en la calle". De ahí que reivindique el rock enfadado, el que denuncia. De las bandas posteriores a él cita a Extremoduro como una de las más señaladas. Ironiza sobre Fito por su afán por gustar a todo el mundo. Loquillo echa de menos el descaro que tuvieron sus compañeros de la Movida madrileña. Aplaude a Gabinete Galigari, que se presentaban diciendo "somos fascistas" solo para provocar; y se pregunta: "¿Quién podría cantar hoy Todos los negritos tienen hambre y frío como Glutamato Ye-ye?". Maldita corrección política.
Cuenta Loquillo que la generación anterior, la de los cantautores, al principio les miraban con desdén y acabaron dándoselas de rockeros en sus pintas y en sus arreglos. Pese a la puya, expresa su admiración por Aute y por Sabina, a quien considera un puente entre aquella generación y la de la Movida.
Ha metido en vena a su hijo Cayo, de 14 años, el rock and roll, y así el chico se va estudiando, en sucesivos atracones, la gran herencia del rock. (Algo así hacíamos con nuestro Guile, pero ahora va por otros derroteros estilísticos. En fin, cosas del libre albedrío). El hijo de Loquillo ya fue a un concierto de los Stones antes de nacer, en el cuerpo de su madre. (Nuestro Guille también fue a alguno en esa circunstancia, pero no de tanta categoría).
Muestra poco entusiasmo Loquillo por las figuras internacionales del rock de hoy, aunque las respeta. Se le pregunta por The Black Keys, Wilco, Jack White. "Están bien. Pero me suenan a algo que ya he oído", sentencia. Pero Loquillo no cree que el rock esté muerto. Eso ya se decía en los 70, recuerda. Y aquí seguimos. Aquí sigue él, más chulo que un ocho.
Lee aquí la entrevista con Loquillo en El País.
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