miércoles, 9 de julio de 2014

Jack White versus The Black Keys: una estúpida pelea y dos discos fabulosos

Debe resultar rentable para el negocio la rivalidad entre las grandes bandas de cada época. Se exageró la competencia entre los Beatles y los Stones, cuando sus miembros eran buenos amigos (y con quien estaban picados de verdad los de Liverpool era con los Beach Boys); el líder de Nirvana Kurt Covain despreciaba a Perl Jam, la otra gran referencia del grunge, a quienes consideraba unos "vendidos"; Oasis y Blur lanzaban discos la misma semana y se dedicaban lindezas como "ojalá cojan sida" en la gran batalla del brit-pop, no hablemos ya del duelo fraticida entre los hermanos Gallagher con sus respectivas bandas, Hight Flying Birds y Beady Eye.
De eso, de dar que hablar para vender más, debe ir el enfrentamiento dialéctico entre Jack White y The Black Keys, dos grandes referencias del rock actual. De otra forma no se entiende que no se reconozcan los méritos dos bandas que beben de las mismas fuentes del blues-rock, que tienen un sonido afín, que se dirigen a un mismo público, que residen y graban en Nashville, la nueva meca del rock, que han firmado algunas de las mejores piezas de lo que llevamos de siglo. White y Black Keys, el señor blanco y las teclas negras, son los autores de los dos mejores discos de este año, lanzados con pocas semanas de diferencia entre mayo y junio, los dos números uno, llamados Turn blue y Lazaretto; ambos han sido estrellas en el fabuloso festival de Glastonbury, del que recuperamos sus mejores momentos.
Oigamos para empezar estas deliciosas piezas de sus nuevos trabajos para ir abriendo boca y entramos después al detalle de su feo intercambio de golpes y a su deportivo duelo en el festival inglés. El temazo del álbum de The Black Keys es este Weigh of love, una larga sinfonía rock que incluye un par de punteos memorables de esos de mano lenta, aunque en algún momento remita al Breath de Pink Floyd. Lo de White es este brutal Lazaretto, en el que canta nervioso, rapeando, y hace rugir su guitarra como hacía con The White Stripes antes de sorprendernos con un violín. Oíd y disfrutad.

La chispa de su pique saltó hace casi un año. La vecindad en Nasville no agradaba al señor White, que sufría por compartir el colegio de sus hijos con la hija de Dan Auerbach, el líder de The Black Keys.
En medio de una batalla legal en torno a su divorcio, se divulgó un email de White a su entonces esposa Karen Elson en que decía: “Mi preocupación con Auerbach es porque no quiero que los niños sufran nada relativo a esta mierda. Esto significa que voy a tener que estar doce putos años sentado en sillas de niños (en el colegio) junto a ese gilipollas con otras personas que intentarán relacionarnos. Así él tendrá la posibilidad de meterse en mi mundo y copiarme”, informó TMZ.
El último episodio de este choque de egos se produjo este mes de junio en un mismo número de la revista Rolling Stone. 
Jack White se llevó la portada y soltó esta bomba: “Hay chavales en el instituto que se visten igual que el resto de la gente porque no saben qué hacer, y también hay músicos así”, dice: “Escucho anuncios en la tele que imitan mi sonido, hasta el punto que a veces pienso que la música es mía. La mitad de las veces son los Black Keys. La otra mitad es una canción que suena parecida a una de las mías de la que no obtuvieron permiso. Hay todo un mundo ahí fuera al que no le importa quedarse con la versión desvaída del original”.
White, dice en el amplio reportaje de la revista, reconoce que habrá quien le escuche decir eso y dirá: "Oh, Jack White piensa que es la primera persona en tocar blues. Pero ciertos artistas abren mercado para ciertos estilos. Amy Winehouse: ¿inventó ella el soul blanco? ¿Llevar ese peinado? No, pero hizo algo nuevo y fresco, un concepto, y ya ves quiénes han llegado después, desde las Duffys a las Lanas del Rey. ¿Que Adele venda 20 millones de discos? Eso no hubiera pasado si Amy Winehouse estuviera viva. Los White Stripes hicimos lo mismo, y en nuestra ausencia alguien llena el hueco. Y salen grupos como los Black Keys, que dicen que nunca han oído hablar de los White Stripes. Seguro”.
Tremenda rajada. Unas páginas más allá, The Black Keys respondían al asunto de los e-mails, pero no a las últimas palabras de White. Patrick Carney, el otro Black Key, en defensa de su compañero dijo: “Jack White suena como un idiota (otros han traducido "gilipollas") y realmente siento vergüenza por él”. Pero añade: “No guardo rencores, tío. Todos hemos dicho mierdas en privado y los divorcios son duros”. Auerbach se muestra más distante: “No le conozco, así que fue muy inesperado”. Y prefiere cargar contra el medio que hurgó en correos privados: "Esos e-mails que se filtraron, por muy chunga que fuese la cosa, era una conversación privada y a mí no me incumbe. ¿Sabes lo horrible que sería si toda nuestra mierda privada acabara aireándose?”.
La publicación de las dos entrevistas dio una imagen tan patética que Jack White recapacitó y decidió disculparse públicamente en un comunicado. “A través de los abogados que trataron de criminalizarme, mis cartas privadas fueron hechas públicas por razones que desconozco", alega. “Les deseo a los Black Keys todo el éxito que puedan tener. Deseo lo mejor a su sello discográfico Nonesuch, que tiene una historia musical por la que enorgullecerse, y han trabajado duro para traer las canciones de los Black Keys al mundo. Deseo un éxito masivo también a su productor y compositor Danger Mouse y al resto de músicos que acompañan a la banda. Dios sabe que puedo confirmar lo difícil que es hacer que la gente preste atención a una banda de dos con una guitarra de plástico, así que toda la atención que los Black Keys puedan tener en este mundo, se la deseo, y deseo que su álbum siga estando en el top 10 durante muchos meses y que tengan muchos más álbumes de éxito a lo largo de su carrera”.
Asunto cerrado, por lo tanto. Vayamos a sus discos. Fascinantes los dos. Sorprendentes. Esperábamos todos que The Black Keys abundaran en la línea de El Camino, su mayor éxito, en el que incorporaron teclados y bajo, además de melodías más pegadizas y bailables. Así que su primer avance de Turn blue es un discotequero Fever que parece cumplir el pronóstico. Pero escuchas el álbum y no: manda la melancolía, un tono tristón relacionado con el divorcio (también, sí) de Auerbach. De Jack White, siempre imprevisible, se podía suponer una continuación de la línea iniciada en su primer disco en solitario, Blunderbuss, en el que había suavizado su sonido, acercándose al pop y al folk, y dejando en segundo plano sus habilidades con la guitarra. Sin embargo, la primera entrega de Lazaretto es High Ball Stepper, un rabioso blues psicodélico y, cosa rara en él, instrumental. El heredero de Hendrix, al que este blog eligió como la mayor figura del rock actual, estaba de vuelta en el terreno que mejor pisa. También hay country en este álbum, en piezas delicadas que contrastan con las más abrasivas. De los dos anticipos ya os hablamos en un post la pasada primavera, cuando estaban muy calentitos. Ahora veamos cómo sonaron en directo en ese superevento que ha sido Glastonbury y por el que nos quedamos rabiando.


Sigamos analizando los dos discos de la mano del especialista Ramón Fernández Escobar, que escribió las críticas en Babelia. Dice del segundo disco de Jack White que es "convincente", constata que ha sido trabajado más tiempo de lo habitual en él, y aplaude la recuperación de las "guitarras afiladas, poderosas y poco convencionales". Pero añade: "Excéntrico un pelo sí que es: batió el récord Guinness (solo cuatro horas) en grabar, prensar y editar un disco. En concreto, el single con el tema Lazaretto, y un cover de Elvis detrás, que lanzó para el Record Store Day. Pero cuando uno arriba a la meta tras escuchar Want and able y su preciosismo en miniatura, se siente a White como el último mohicano de los rock stars. Aunque el título del álbum signifique leprosería. O quizá por eso". (Lee aquí la crítica completa).
De Turn Blue, de los Black Keys, dice Fernández Escobar que es un "nuevo peldaño artístico": "Que nadie espere encontrar ni la pegada, ni la inmediatez de El camino (2011) en la nueva entrega del dúo de Akron (Ohio), aún en la ola de su imprevista ascensión al estrellato desde comienzos de este lustro. Si el anterior trabajo de Dan Auerbach y Patrick Carney consistía en un ramillete de himnos rock con inequívoca vocación de singles, este Turn blue aspira al saboreo a fuego lento. Al menos en los nueve cortes coproducidos por Danger Mouse, alias de Brian Burton, el artífice de la apertura estilística de la banda más allá de sus raíces blues-rock desde que se sentó por primera vez en la pecera para Attack & release (2008). Como en El camino, Burton también firma los temas junto a la pareja, y los lleva esta vez, con sus capas de sonido, a un predominio del estado de ánimo (melancólico, como reza el título) sobre la melodía. El disco bordea así el peligro de una uniformidad nebulosa, aunque consigue casi siempre esquivarla". (Lee aquí la crítica completa)
Suscribimos el análisis de ambos álbumes aunque le pondríamos un poco más entusiasmo, porque nos parecen muy importantes. Y, dado que todo lleva a juzgarles como rivales, vamos a mojarnos en la comparación: Jack White nos parece un músico más completo, un guitarrista de los que salen pocos en décadas, un músico con más rasgos de genialidad. Pero no puede creer que ha inventado el género que ya practicaba Hendrix en los años 60, por muy innovador que sea su forma de interpretar. La propuesta de The Black Keys es legítima y convincente, haya sido o no influida en sus inicios por The White Stripes, que no es lo importante. El dúo se ha renovado en su sonido pero remarcando un estilo inconfundible, y tienen cualidades muy apreciadas en el mundo del rock, como esos riffs poderosos, una voz más potente, una forma directa y menos pretenciosa de comunicar con el público.
El momento de cada uno es muy diferente aunque pertenezcan a la misma generacion (la mía, sí): White tiene en su historial un éxito planetario como fue Seven Nation Army, un triunfo del año 2003 que seguramente no podrá repetir, quizás una losa para él, pero con la que se siente obligado a terminar sus conciertos. The Black Keys, por el contrario, se han curtido saliendo del fracaso: tardaron una década larga en llegar al gran público, lo que lograron con El camino, abrumadoramente más popular que Blunderbuss de White. Están en su mejor momento.
En Glastonbury, que quizás sea un indicador del tirón de cada uno, ni The Black Keys ni Jack White fueron cabeza de cartel (es decir, el cierre) en sus actuaciones, celebradas al caer la tarde (en Inglaterra ahora anochece muy tarde, cierto), en penúltimo lugar de su sesión. Les penalizó que son repetidores en el festival, pues la organización quiso tener a debutantes en la primera línea (fueron Arcade Fire, Metallica y Kasabian cada uno de los tres días). Las dos actuaciones sacaron muy buena nota, en todo caso, y fueron claras en su propuesta: White parece haber regresado a las esencias del blues, y atronó con sus rabiosos punteos, mientras The Black Keys siguen deslizándose hacia el soul, con esos teclados retro y esos falsetes. Ambos habrían sido dignísimos conciertos de cierre. Pero igual no les venía mal que les bajaran los humos.
Vamos a terminar con dos piezas de animado rock & roll que hemos encontrado en los dos discos. La de The Black Keys es una Gotta get away muy stoniana, una explosión de alegría e inocencia que da el contrapunto a un disco sombrío. La de Jack White, Just one drink, es un canto juerguista, un rock de pub como el que practicaban Wilko Johnson o George Thorogood. "Tu bebes agua, yo bebo gasolina. ¿Quién de nosotros es feliz?". Dos piezas irresistibles para tus pies. Sí, de los conciertos en Glastonbury.
Jack, no nos obligues a elegir entre tu música y la de tus vecinos de Nashville, porque a los dos os tenemos devoción. Vuestras peleas no van a alterar nuestros oídos, las buenas vibraciones que nos transmitís. Eres un virtuoso, sí, Jack, y juegas al tiki-taka como el viejo Barça, pero tus despreciados The Black Keys, como el Real Madrid ahora campeón, tienen una brutal pegada, canciones más directas, y nos hacen bailar más. Necesitamos a ambos en nuestra discoteca imprescindible.
Me gusta soñar que algún día el hijo de White y la hija de Auerbach se enamorarán en secreto, contra la opinión de sus padres, y se convertirán en los Romeo y Julieta de la guerra del blues-rock. Imaginaos qué nietos podían salir con esos genes.

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