Estos sonidos generan cierto debate en casa, que nosotros somos más guitarreros, pero merecen que les prestemos atención. La factoría de Matthew E. White está llenando esta primavera de canciones de apariencia vintage, de coros góspel, de violines y trompetas. White es el autor de uno de los discos más aplaudidos este año, Fresh Blood, en el que mezcla con dulzura y sensibilidad retazos de soul, góspel y rock sureño, y en el que se luce con orquestaciones que deben mucho al sonido de finales de los sesenta y, sobre todo, primeros setenta, diríamos que con guiños sobre todo a la música negra de entonces, pero también, en cierto modo, al estilo de Paul McCartney (y alguna coda que la que viene a continuación y recuerda al nanananá la de Hey Jude). A ratos suena como las bandas sonoras de series de televisión de los setenta, o a musicales de la época, otros ratos crees estar en una Iglesia baptista, en algún momento parece el hilo musical. Pero rebosa belleza. Es un disco de tono tristón, por las letras que aluden a tragedias varias (incluidos los abusos sexuales o la muerte de Philip Seymour Hoffman) y por la voz profunda y frágil de White, pero el músico convierte ese dolor en luz, en esperanza. Para que os hagáis una idea, esto es Feeling Good is Good Enough.
Pero es que de la factoría de White, llamada Spacebomb, situada en Richmond (Virginia), nos llega esta otra maravilla. Un disco muy suavecito y melancólico, bonito a rabiar, de Natalie Prass en el que también abundan las orquestas de cuerdas y vientos y que se llama como esta chica. Esto que suena es My Baby Don't Understand Me, aquí en versión acústica.
Vayamos con lo que se ha dicho en la crítica de ambos álbumes, que han llamado mucho la atención.
Esto escribe Rafa Cervera en Babelia de Matthew E. White: "Con su primer álbum, Big Inner (2012), White apareció de improviso con una obra que le daba una nueva vuelta de tuerca al americana, esa etiqueta estilística que engloba toda aquella música norteamericana de raíces hecha por artistas surgidos durante los últimos 20 años. (...) La magia de aquel debut reaparece con igual o más fuerza en Fresh Blood gracias a una maquinaria musical que funciona con la eficacia de un reloj sin dejar de resultar humana ni un solo segundo. Es su manera de unir violines y vientos, coros góspel, cadencias del soul propias de los periodos clásicos de Atlantic y Stax la que lo hace especial y lo convierte en un blanco surcando el camino abierto por músicos negros" (lee aquí la crítica y entrevista completa).
En Efeeme, Xavier Valiño se congratula de la coincidencia de los dos discos: "Podemos declarar ya 2015 como el año Spacebomb, al menos en lo musical. Ciertamente, habrá otros discos provenientes de otras factorías igualmente destacados y otros hechos relevantes que repasaremos con fruición a final de año. Pero es harto improbable que aparezca un sello-estudio como Spacebomb, trabajando como hace más de 40 años lo hacía por ejemplo el estudio Muscle Shoals, que produzca al menos dos discos sobresalientes: el debut de Natalie Prass y el segundo álbum de Matthew E White, su propietario e impulsor". Y da una clave de su forma de trabajar: "El sonido de Memphis y el sonido Philadelphia de principios de los 70 es el punto de partida para que White y su equipo de Spacebomb juegue y disfrute creando. Hay hasta treinta personas participando en cada tema y aportando arreglos e ideas".
Y esto dice Iñigo López Palacios de Natalie Prass en Babelia: "Natalie Prass, amiga de la infancia de White, se mudó a Nashville para labrarse una carrera sin lograrlo y recurrió a él para dar salida a un puñado de canciones compuestas en 2009 tras una ruptura sentimental. Las grabaron en enero de 2012 White ha estado trabajando en el álbum hasta 2014. El resultado es magnífico. La orquestación -con cuerdas, arpas, vientos y metales- evitan lo ampuloso y suenan atemporales, meciendo la voz de princesa Disney de Prass y mejorando canciones que da la impresión de que por sí mismas no hubieran destacado". Esto que suena ahora es Why Don't You Believe in Me.
Menos entusiastas se muestran en Rolling Stone, donde escribe David Saavedra: "Tiene todos los ingredientes para convertirse en el más resultón disco rompecorazones del año,
trampas incluidas. Su nivel interpretativo, con la vulnerabilidad
contenida de su voz aguda, es ensalzado por los arreglos de cuerda y
viento aportados por Matthew E. White, tan sedosos como pomposos y camp. Natalie Prass narra la ruptura amorosa con uno de sus músicos y se recrea en los
clichés del dolor con un soul pop elegante y el espejo retrovisor
buscando el reflejo de Dusty Springfield, Dionne Warwick o Karen Carpenter, al amparo de la nostalgia de edades de oro no vividas".
Aquí ha dado en el clavo, quizás: esto es un sonido falsamente retro, como de un pasado imaginado. Da igual. Nos ha alegrado la existencia pese a la tristeza que puso en marcha estas canciones, esa nostalgia que lo empapa todo. Terminamos con lo más rockero que hemos encontrado de White, rock muy suavecito, eso sí: Rock and roll is cold. Sigue sacando discos tan bien hechos, amigo White. Que
aquí disfrutamos con muchos estilos diferentes y el tuyo nos llega
directo y bien dentro.
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