Una de las mejores bandas de la historia, y máximo exponente del rock progresivo o sinfónico que dominó los años 70, es Pink Floyd. El próximo fin de semana vamos a tener la ocasión de disfrutar en Madrid del montaje que Roger Waters hace de The Wall, según dicen un gradioso espectáculo fiel al álbum y película que el grupo editó en 1979, uno de los más influyentes de todos los tiempos. Waters fue el más prolífico compositor de la banda, y The Wall fue la obra más personal de su carrera, pero lamentamos que no estarán con él David Gilmour, el guitarrista y voz, ni el batería Nick Mason, ni los teclados de Richard Wright. En fin, Pink Floyd como lo recordamos es pasado, porque Water va por su lado y los demás (que conservan el nombre) por el otro desde 1985. Hubo una única excepción en el concierto benéfico Live 8 de 2005, cuando costó convencerlos para que tocaran juntos unos cuantos temas, lo que hicieron en Londres con Water sonriente y Gilmour enfadado y mirando al suelo. Fue un espejismo, propio del momento especial, porque no hay ningún plan de reencuentro. Aquí recordamos ese epílogo a su carrera, cuando interpretan Money, un grandioso blues del álbum The Dark Side of the Moon.
Pink Floyd había nacido a finales de los 60, en plena fiebre psicodélica, liderados por un loco genial, Syd Barrett, y se dieron a conocer acompañando a Jimi Hendrix en una gira. Barrett estaba muy influenciado por el Revolver de los Beatles (disco clave en la década) pero rompió con los formatos pop y profundizó en los nuevos sonidos, los llevó a sus límites, hasta convertirse en un icono de lo underground. Se unió con Roger Waters, que lideraba una banda llamada Tea Set con Wright y Mason, y se hicieron llamar The Pink Floyd Sound, nombre que fue perdiendo palabras por el camino. Waters pasó a un segundo plano con el bajo y Barrett tomó la batuta mientras pudo, que fue poco tiempo debido a sus problemas mentales. En 1967 se editó su primer disco, muy surrealista, inquietante, nada convencional, llamado The Pipers at the Gate of Dawn, en el que se incluía esta tema extraño, desasogante: Interstellar Overdrive.
En 1968 se incorpora David Gilmour como guitarrista y voz suplente para cubrir las frecuentes ausencias de Syd, pero la provisionalidad se convierte en definitiva. Syd no está para tocar en directo, no está para ir a televisión, no está para trabajar en el estudio. No está. Gilmour demuestra ser algo más que un solvente reserva: es un grandísimo guitarrista, de mano lenta y tonos evocadores, una buena voz y se convierte en mano derecha de Waters en la composición. Entre ambos sacan la banda adelante. En 1971 lo demuestran con Echoes, una sinfonía que Waters llamó "poesía sónica", y que demostró por dónde iba el camino de la década posbeatle.
Ya con su cuarteto más conocido, Pink Floyd se consagró desde los estudios de Abbey Road (sí, esos) y firmó obras maestras de los años 70. Los excesos psicodélicos se van moderando y, sin abandonar las ganas de experimentación, predominan las sinfonías sobre los ruidos, la búsqueda de la belleza sonora al margen de los cánones de las radiofórmulas. Logran un sonido muy cuidado, redondo, preciso. The Dark Side of the Moon es considerado como el disco mejor producido de la historia, repleto de efectos sonoros que se insertan con la música. Entre 1973 y 1975 se editan The Dark Side... y Wish you were here, sus mejores obras, dos discos conceptuales, que giran en torno a una idea, pero llenos de canciones preciosas, de parajes sonoros que invitan a soñar.
Mientras preparaban Wish you were here les visitó Barrett, calvo y gordo, durante una alta en sus tratamientos psiquiátricos, y sus compañeros apenas pudieron reconocerle. Quedaron impactados al ver a su viejo amigo y líder tan distinto a como lo recordaban, y tan alejado del mundo de las estrellas del rock en que habían entrado. En su honor crearon una de sus mejores canciones: esta sinfonía llama Shine on you Crazy Diamond, que aquí vemos en un directo en 1990, ya sin Waters. Dedicada al diamante loco que era Barrett, un tipo singular que se despidió del mundo en 2006 a los 60 años de un cáncer.
Y entonces llegó el muro. En 1979 la banda se enfrasca en un doble álbum y ambiciosa película (dirigida por Alan Parker y protagonizada por Bob Geldof), en la que combinan la imagen real y la animación. Trata la historia de Pink (inspirado en Syd Barrett), un artista traumatizado por los recuerdos de la guerra, por la dura disciplina de los colegios ingleses, por la presión de ser una estrella. La música mantiene la tensión interior del personaje y encaja bien con momentos de gran belleza visual y también con crudos retratos del horror. The Wall es una obra maestra surgida del liderazgo, cada vez más acusado, de Roger Waters. Gilmour solo firma tres temas de los 26 del doble álbum. Entre ellas una de las más bonitas: este Confortably numb.
The Wall fue uno de los discos más vendidos de la década, dio lugar a una espectacular gira y es la última gran obra de Pink Floyd, que empiezan a moverse incómodos en los primeros 80. El rock progresivo que había dominado los 70 parecía empezar a cansar a una audiencia ansiosa de cosas nuevas y excitantes, y quizás un poco abrumada de obras tan pretenciosas y tan largas. En esos agitados años, Syd Vicious, el padre del punk y líder de Sex Pistols, vestía una camiseta de Pink Floyd llena de rotos y en la que había escrito: "I hate". "Odio a Pink Floyd" era el primer lema punk, algo un poco injusto para el otro Syd, el loco Barrett, cuya actitud rompedora e insolente tuvo algo de precursora. Daba igual. Músicos gamberros y poco virtuosos sacaban la lengua a sus mayores. A los del rock de los 70 les llamaban dinosaurios, mastodontes. Especies extinguidas.
Afortunadamente, hay espacio para todo en el mundo musical. El punk no cuajó como género mayoritario pero dio lugar a muchas cosas muy interesantes y en muchos terrenos. El rock siguió muy vivo, pero para actualizarse redujo los minutajes de las canciones y tendió a una mayor sencillez.
A finales de los 80, Pink Floyd regresa sin Roger Waters pero con una potentísima gira mundial (nosotros la disfrutamos en 1988 en el Vicente Calderón) que reivindica su importancia en el olimpo del rock. Waters pelea en los tribunales con sus ex compañeros y, en el acuerdo final, recupera todos los derechos de The Wall a cambio de ceder el nombre de la banda.
En 1989 cae el muro de Berlín y, aunque The Wall nunca trató de ese muro que dividía Europa sino de las tapias interiores de su protagonista, el disco parece volver a la actualidad. Roger Waters aparece entonces frente a los restos del muro berlinés, frente a la reabierta puerta de Brandenburgo, para interpretar The Wall con un grandioso montaje y con invitados de primer nivel como Van Morrison, Cindy Lauper, Brian Adams o la idolatrada banda local, Scorpions, que hicieron esta espectacular apertura del megaespectáculo.
Algo parecido a esto, un gran montaje sonoro y visual aunque sin tantos invitados de lujo, es lo que esperamos ver este sábado en el Palacio de los Deportes (el moderno, sí, qué bien que se quemó ese enemigo de la música que era el antiguo velódromo). Os lo contaremos cuando hayamos flipado (Richi, Guille y yo) como esperamos. Y en algún momento me asombraré por cuántos caminos distintos se abrieron para la música el día en que los Beatles, tras viajar a la India, empezaron a explorar nuevos sonidos en Revolver. Nos vemos en el Palacio.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Fantááááástico post. Pink Floyd aún representan mucho en la historia de la música. Y The Wall, fabuloso álbum y peli. ¡Qué suerte tenéis en el foro!
ResponderEliminarA ver qué nos cuentas cuando lo veas.
Un abrazo.
Muy bueno tu blog! Voy a estar leyendo tus entradas. Un saludo!
ResponderEliminar