No nos habíamos olvidado de vosotros, no. Continuamos nuestro repaso a los mejores conciertos de lo que llevamos de año. Uno muy especial: Jueves 24 de mayo de este año 2018. Wizink Center, antiguo Palacio de los Deportes, en Madrid. Roger Waters en su gira 'Us and Them', que desde su nombre mismo se agarra sin disimulo al fabuloso repertorio de Pink Floyd. Es normal: fue tan grande esa obra que ninguna carrera en solitario posterior (discreta por lo demás) podía eclipsarla. Como esperábamos, predominó el cancionero de una banda fundamental en la historia del rock, dominadora de un sonido perfecto en la ejecución y producción, complejo, ambicioso, con una pretensión artística muy por encima de la mayoría de éxitos del pop.
Pero esta noche no fue solo una vuelta al pasado. Oímos y disfrutamos de los temas emblemáticos de Pink Floyd, aunque entre ellos se eligieron los que son más propios de Waters antes que los que tienen más huella de los otros miembros.
El montaje estaba bien pensado aunque no tan apabullante como en otras ocasiones (como el de The Wall en 2011): esta vez, durante la segunda mitad del concierto, presidía el pabellón la enorme reproducción de la Battersea Power Station, esa fábrica con enormes chimeneas en el extrarradio de Londres que hemos visto más de una vez desde el tren del aeropuerto de Gatwick, y que es portada del disco Animals. Eso sí, los mensajes pacifistas y sociales de la banda, que en su día eran oscuros y enigmáticos, se pusieron al día hasta convertirse en rabiosamente actuales. Y, desde luego, obvios, directos.
Mientras sonaba Pigs, los lemas que leíamos en la fábrica de luz no dejaban margen para la interpretación: "Trump es un cerdo", se leía en perfecto español y enormes caracteres. Y, a continuación, el lema Resist. Hubo para otras causas además del peligroso presidente de EE UU: defensa de los refugiados, críticas al capitalismo que se había derrumbado en 2008, y hasta desfilaron por las pantallas las imágenes de líderes políticos de ayer y hoy, de Reagan y Thatcher a Berlusconi, Theresa May... y hasta Mariano Rajoy, por entonces en sus últimos días (sin saberlo) porque en pocos días lo desalojaría de La Moncloa una moción de censura.
Aprovecharemos este post para repasar nuestros dos anteriores encuentros con lo que ha pervivido de Pink Floyd, la banda de la que Waters fue fundador y que lideró (tras la caída del ídolo Syd Barret, el diamante loco, en 1968, aquí se cuenta todo eso) hasta la ruptura de la formación más emblemática en 1983. Mientras desarrollamos esto, este vídeo resume lo mejor de lo mejor de esta noche en el Palacio con Roger Waters, figura clave de la historia de la música que hace muy bien en reivindicar su legado.
Desde finales de los años noventa hemos tenido competencia en los escenarios entre los herederos del fluido rosa: por un lado, los Pink Floyd liderados por David Gilmour, los formalmente auténticos, y por el otro a Waters explotando su obra en conciertos temáticos, como el monumental The Wall o el de The Dark Side of The Moon. El conflicto tiene su miga: después de la expulsión de Syd Barret ("No lo echaron porque había enloquecido: enloqueció porque lo estaban echando"), quedó claro que la iniciativa del grupo la tomaba Waters; pero todavía la creación era colectiva.
En la mejor etapa de Pink Floyd (The Dark Side, Wish You Were Here) se advierte el concurso de los cuatro músicos. Las composiciones las firmaban dos de ellos, tres y hasta los cuatro juntos. A partir de The Wall, que tiene una impronta personal de Waters más acusada, Pink Floyd parece irse convirtiendo en la banda de un líder, hasta el extremo de que su último disco juntos, The Final Cut, en 1983, está compuesto de principio a fin por él solo.
Se veía venir entonces la ruptura, lo que no esperaba Waters es que los otros tres (Gilmour, el teclista Richard Write y el batería Nick Mason) siguieran sin él. Y no era tan difícil: sobre el escenario, la ausencia de un bajista que solo canta algunas canciones no deja un hueco difícil de llenar. Gilmour tiene liderazgo, más voz y una ejecución a la guitarra que lo coloca entre los mejores del mundo; y las teclas de Wright tienen gran responsabilidad en lo que consideramos el sonido Pink Floyd. Así que el Pink Floyd reaparecido en 1987 (tras una batalla jurídica con Waters por la marca) no brillaba tanto en sus nuevas composiciones, hay que admitirlo, pero en directo eran una máquina muy similar a la formación original, contando además con las mejoras tecnológicas. Así las cosas llegó nuestro primer encuentro.
Nuestra primera noche con la magia de de Pink Floyd: Vicente Calderón, 22 de julio de 1988
Pudimos comprobarlo en 1988. Estadio Vicente Calderón (ya lo echamos de menos). Había ganas de verles por aquí, porque el fluido rosa nunca había parado en España. Arrancaron con esa maravilla de las maravillas, esa sinfonía exquisita, quizás su mejor tema, esa joya que se llama Shine on you crazy diamond. Piel de gallina. No hay rastro en Youtube de ese concierto, pero este vídeo es de aquella etapa.En aquella noche de verano de 1987 siguieron, de un tirón, los temas de su disco entonces nuevo, A Momentary Lapse of Reason, el primero que hacían sin Waters. En directo, esos temas no generaron el mismo entusiasmo, aunque el álbum contiene temas dignos y bien resultones (Sorrow, On the Turning Away), que permiten el lucimiento de Gilmour. Hubo un descanso y la segunda parte fue brutal. Simplemente brutal: arrancaron con One of these days (ahí faltaba el bajo de Waters, cierto, pero brilla la guitarra de Gilmou), encadenaron los temás más potentes de The Dark Side... junto con alguno más de Wish you Were Here, y un poquito de The Wall para terminar. Salimos fascinados. Sonido perfecto, una pantalla en círculo que proyectaba cosas, grandes grúas, juegos de sonido y el cerdo volando que todos esperábamos. Esta fue la lista de canciones, si tienes curiosidad. El cronista de El País de 1988 no se dejó impresionar: "Aquellos que hace más de dos décadas aportaron nuevas vías de expresión hoy han cambiado la innovación musical de antaño por investigaciones tecnológicas sobre el concepto del espectáculo. Este rizar el rizo y buscar el más difícil todavía tiene en Pink Floyd unos representantes cualificados. Como modernos Houdini del pop, los británicos plantean sus conciertos con una desmesura técnica que sirve de apoyo a una música que enlaza levemente con aquella sicodelia etérea e imaginativa que inspiró su aparición en 1966". Admite que la cosa rozó la perfección, pero casi le pareció una perfección excesiva, sin alma. Es su opinión que no compartimos. No es esta una banda dada a la improvisación, ni en estudio ni en directo. Siempre tuvo todo muy pensado.
Roger Waters derriba el Muro en Madrid: Palacio de los Deportes, 25 de marzo de 2011
Nuestro segundo encuentro con el legado de Pink Floyd tuvo lugar muchos años después. En 2011, cuando Roger Waters trajo a España su monumental montaje de The Wall. Esto tiene su historia: a finales de los años ochenta Waters estaba bastante eclipsado (valga la expresión lunar) por la reaparición de sus compañeros, hasta que encontró la oportunidad, la caída del muro de Berlín, para recuperar su obra más personal con los Floyd, su muro. No se refería al telón de acero de la guerra fría, en absoluto, más bien al muro de la opresión que le impone el sistema (educativo, político, capitalista y muchos etcéteras). The Wall va de muros contruidos en nuestro entorno, incluso por nosotros mismos. El oportunismo tampoco molestó tanto: Waters aprovechó lo ocurrido en Berlín aquel 9 de noviembre de 1989 para dar un fabuloso concierto con aparatoso montaje y rodeado de estrellas, y lo pudo hacer muy pocos meses después, el 21 de julio de 1990, en la Potsdamer Platz, que entonces era un descampado con muro en medio, y hoy rebosa vida y frenesí comercial. Aquí tenéis el vídeo completo, la apertura a cargo de los Scorpions (llegados al escenario en limusina) sonó brutal. Luego desfilaron otras figuras como el gran Van Morrison, The Band, Cindy Lauper o Brian Adams (aquí la ficha del álbum y vídeo que se grabó). No, no estuvimos allí aunque nos habría encantado. Y entonces nos dimos cuenta de que había una segunda vía para disfrutar de Pink Floyd.Nadie puede negar a Waters la autoría de casi todo The Wall, que como hemos dicho pertenece a la época en que su liderazgo fue más sólido (autoritario según algunos de sus compañeros). El montaje vino a Madrid mucho después de lo de Berlín, casi 20 después. Pero Waters se mostró en plena forma. No es ya que mantenga su voz, no es que se acompañe de una banda muy solvente. Además es que nos apabulla con un montaje perfecto, en el que se suceden efectos impactantes, el sonido te envuelve con precisión y potencia, y en el que se va construyendo el muro delante de tus ojos, y sobre él se proyectan mil mensajes, para que pueda ser derribado al final. Ya os lo contamos en detalle aquí en este post. Igualmente convencido quedó Manu Cuéllar, entonces cronista de El País: "Roger Waters demostró anoche que ha sabido aprovecharse de los grandes adelantos tecnológicos de estos años para actualizar este show que en los ochenta casi arruina a Pink Floyd". La setlist, claro, era la lista de canciones del disco The Wall. Ni una más ni una menos. En este concierto no se podían pedir bises. Ni falta que hacían. Por segunda vez en nuestra vida, lo que quedaba de Pink Floyd nos dejaba impresionados. No es muy bueno este vídeo de aquel concierto, pero permite hacerse una idea.
¿Es esto una despedida? Roger Waters reivindica lo mejor de su legado: Wizink Center, 25 de mayo de 2018
En fin, que llegamos a la por ahora última actuación de Rober Waters en Madrid (bueno, fueron dos noches seguidas, nosotros fuimos la primera). El mismo escenario del espectáculo de The Wall, pero ahora se llama Wizink Center (era mucho más bonito lo de Palacio de los Deportes). En esta ocasión, nada de revisión monográfica de un álbum: Roger Waters parece querer repasar lo mejor de su carrera. ¿Porque está próximo el adiós a las grandes giras? Puede ser: así lo contaba Darío Prieto en El Mundo:"Un tour que huele a despedida, y no sólo por la edad de Waters, 74 años (muy bien llevados y con pelazo, hay que decirlo), sino también por el recorrido que plantea por los cuatro grandes hitos de la discografía de su antiguo grupo, Pink Floyd, durante la década de los 70: 'The dark side of the Moon' (1973), 'Wish you were here' (1975), 'Animals' (1977) y 'The wall' (1979). El lanzamiento del primer álbum de Waters en solitario en 25 años, 'Is this the life we really want' se queda en una excusa para actualizar sus proclamas e intentar sacar de la burbuja una música que tiende a recrearse en sí misma hasta olvidarse del mundo".
El concierto tuvo dos partes con generoso descanso (en eso coinciden los tres shows seseñados en este post). La primera fue algo más sobria: el espectáculo contaba con proyecciones en vídeo en la espalda de los músicos, eso tampoco es tan rompedor. La gran pantalla emitía mensajes de compromiso: refugiados, guerras olvidadadas, poderosos que se ríen de nosotros. De entrada, el fabuloso inicio de The Dark Side of the Moon: ese sutil Breathe, seguido de una descarga de bajo propia de la casa con uno de nuestros temas favoritos: One of These Days. Flipamos un rato, sí. Lo vemos en un vídeo reciente:
La primera parte siguió con temas de The Dark Side... (emocionantes las dos voces de mujer que hicieron posible The Great Gig in the Sky, aunque en el álbum bastaba con una voz, Clare Torry, aquí su historia); siguió alguno de Wish You Were Here (la que le da título, precioso momento, y la más oscura Welcome to the Machine), y terminó con tres temas de The Wall. Ya habíamos coreado We don't need no education cuando nos sorprendió el descanso. Alguno menos exigente ya se habría ido contento con eso. Pero vino la segunda parte, con la fábrica eléctrica flotando sobre las cabezas del público, con mensajes más contundentes. Vinieron Dogs y Pigs, del disco Animals, dedicados a nuestra clase política global, y la recta final fue de nuevo el reinado de The Dark Side, ya con una pirámide de luz presidiendo el escenario. Entremedias de estas maravillas había ido dejando alguna canción de su obra en solitario, que tampoco habríamos echado de menos si no hubiera sonado, y que la gente aprovechaba para ir al baño o a por cervezas. En los bises cayeron tres de estos temas en solitario, una mala decisión creo yo, pero el verdadero final estaba a la altura: Confortably Numb, tema que debe ser el favorito de todos los exmiembros de la banda porque suele ser el de cierre, Aquí tenéis la lista de canciones. Cómo no perdonarle que nos mostrara algunas piezas su obra reciente, aunque en ningún momento nos recuerde la gloria de Pink Floyd, si al final fue el maravilloso repertorio de la banda el que se impuso.
Le damos un 10 en profesionalidad al bueno de Roger Waters, en buena forma a sus 70 y tantos, bien de voz (nunca fue un gran cantante pero se saca partido), con un montaje ambicioso y con un sonido tan cuidado como fue el del fluido rosa. Activista, sí, pero un músico mayúsculo, de lo mejor del siglo XX.
Esta conclusión sacó Fernando Neira en El País: "Lo vivido fue, ante todo, una experiencia colosal, una bofetada audiófila como la memoria no atina a encontrar otra semejante. El sonido supone una sacudida abrumadora que abarca todas las orientaciones espaciales, y todo ello no se restringe a una mera cuestión técnica. Desdeñar su valor sería tan absurdo como el panadero que no le concede importancia a la harina".
No es técnica, o no solo. Se llama genialidad. No creemos que vaya a haber más oportunidades como esta.
Pink Floyd ha muerto, larga vida al fluido rosa
Los Pink Floyd que se podrían llamar auténticos anunciaron su adiós con la muerte de Rick Write, el maravilloso teclista sin el que no se entendería esta banda aunque alguna vez fuera ninguneado por Waters. The Endless River es el último álbum en que participó, en realidad una recuperación de descartes de 1993 y 1994 publicado tras su muerte. Pese a lo discutible de su publicación, suena bien este disco instrumental, que a ratos parece dejarse llevar por la improvisación.Mejora, desde luego, los temas que sí publicaron en su disco anterior. Es el fin. No habrá nada más firmado como Pink Floyd, es oficial.
Quizás Waters no esté ya para muchas más giras. Sí sigue su carrera, aunque con perfil más bajo, David Gilmour, que en algún disco reciente abunda en el sonido de su mejor época, así que quién sabe si podremos verlo. No importa. Podremos contar a nuestros nietos que pasamos tres noches con Pink Floyd. Nunca todos a la vez, pero que su magia nos atrapó tres veces. Inolvidables las tres.
Terminamos recordando la última vez que los cuatro se juntaron, en el Live Aid de 2005 en Londres. No se miraran a la cara Waters y Gilmour, rencorosos ellos, aunque el encuentro fuera benéficio y excepcional. Nos quedamos con su obra gloriosa. Larga vida al fluido rosa.
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